INTRODUCCIÓN
La calidad de un modelo estratégico de marketing político, puede hacer la diferencia entre el triunfo o la derrota de un candidato a un puesto de elección popular.
En México, hasta el proceso electoral que culminó con las elecciones del 2 de julio del 2000, prevaleció un criterio parcial sobre la relevancia del tema en cuestión. Desde luego, todos los candidatos realizaban las acciones típicas de quien se encuentra “en campaña”: propaganda política a través de mantas, volantes, póster; spot de radio y televisión; sin faltar las típicas reuniones temáticas con los diversos sectores de la sociedad, además de los mítines, que congregaban a simpatizantes y aún a personas que eran estimuladas a asistir a ellos mediante dádivas de dudosa intencionalidad ética.
Pero el cambio progresivo en la sociedad mexicana, alertó a los estrategas de la imagen de los políticos. Una exigencia creciente hacia la democracia; a ponerle coto a la corrupción y a terminar con la impunidad; la exigencia de más y mejores puestos de trabajo y por supuesto el levantamiento armado de grupos indígenas en el sureste, entre otros factores, hicieron ver que un candidato -así fuese el partido que gobernó el país durante 70 años- tendría que transformarse en “buscador de votos” (negado el valor de éstos por los hechos del autoritarismo) en un líder confiable; que integrara su pensamiento e idiario político con los elementos necesarios para darle una imagen de confiabilidad, solidez y congruencia.
Así en años muy recientes el marketing político dejó de ser opción para los procesos electorales. Hoy en día hacerlo bien o mal, o dejarlo de hacer es camino a la victoria o al fracaso.
AIDA Salinovich C
hermosillo Sonora
2000